El artista norteamericano define esta serie de obras como un intento de crear un vínculo conceptual y emocional entre las distintas capas de la pintura al óleo e infundirles significado, pues en su proceso creativo combina una minuciosa técnica de veladuras con un desarrollo orgánico, surrealista, de las formas pictóricas, en cierto modo relacionado con el automatismo.
Las veladuras, realizadas con pigmentos actuales de colores hipersaturados, actuarían a modo de piel, representando una sensación opuesta a la de la estructura compositiva. Las capas de historias y narrativas planas se superponen y cubren con tatuajes y marcas, imágenes extraídas de la cultura visual contemporánea, mitos modernos y arquetipos pop. La quinacridona es un un ejemplo de un pigmento sintético, artificial, químico, ácido, fluorescente, digital y ultramoderno, de una potencia grosera e intensa, que contrasta con el equilibrio subyacente.
En las pinturas que ha realizado para esta exposición homenajea a Goya y Manet en diálogo con Meléndez - La maja desnuda y Olympia se funden con naturalezas muertas ante paisajes -, podemos encontrar una adaptación del Cristo abrazando a San Bernardo de Ribalta que se conserva en el Museo del Prado, un San Sebastián que podría inspirarse en la pose del de Guido Reni, referencias a la obra de Rembrandt y otros maestros antiguos en sus monotipos. Además de reconocer la influencia de Pieter Brueghel el Viejo, Pieter Aertsen, la Escuela Veneciana o Caravaggio, si nos trasladamos al presente entre sus referencias actuales ha citado a Kenny Scharf, Erik Parker, Tomoo Gokita o Ryan Travis Christian, entre otros.