Desde sus años de formación en Valencia a finales de la década de 1950 en el entorno del arte normativo de estética constructivista, José María Yturralde ha buscado el equilibrio entre la frialdad de la abstracción geométrica y la calidez del uso expresivo del color. Del grupo Antes del Arte adoptó la preocupación por el enfoque perceptivo del arte, lo que suponía su democratización como experiencia racional. Tras su paso por el Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid (1968 - 1973) y el Center for Advanced Visual Studies del MIT (1974 - 1978) se propuso acercar dos ámbitos que considera complementarios: la ciencia y el arte, sirviéndose de los avances tecnológicos para materializar sus obras de manera innovadora sin olvidar la sensibilidad y la emoción que las hace únicas.
Yturralde trata de trascender la bidimensionalidad del plano pictórico introduciendo la cuarta dimensión, el tiempo, lo que le ha llevado a reflexionar en torno a las ideas de lo absoluto y por extensión de lo sublime. Concibe el espacio no como un vacío pasivo sino atravesado por tensiones, fuerzas, irradiaciones y emociones, como potencia de energía y materia. El conocimiento de nuestra realidad material y trascendente le impulsa a fijarse en lo infinitamente pequeño y en lo inconmensurable para acceder al umbral de nuestra conciencia, al límite tras el cual puede haber un nuevo comienzo. A través de estos haikus pictóricos condensa la inmensidad de lo cognoscible, ofreciéndonos poderosas imágenes de contemplación en las que la intensidad estética se alcanza por la simplicidad compositiva.
Si los títulos de las obras de la serie Horizontes evocan nombres de estrellas, algunos de ellos relacionados con la mitología clásica, en la serie Enso y las últimas creaciones las referencias se amplían a deidades de las más diversas tradiciones culturales - de la egipcia a la nórdica pasando por la griega, la romana y la hindú -, personificaciones ancestrales de elementos de la naturaleza, las Horas del día y las estaciones del año, que evocan la rueda del tiempo que gira y no se detiene. En el pensamiento oriental el tiempo no es lineal sino cíclico, un círculo sin principio ni fin.