Allí donde alguien da algo por sentado nace un tema para León. Porque un pintor, que se sabe out of time, necesita de la mano para hablar, como su personaje en La ventrílocua de sí misma, donde una marioneta pop articula un posible discurso, una narración de algo que espera ser revelado. El Conde Draco, padre generacional de la matemática más fundamental, hace sus cuentas una y otra vez, pero si observamos con tiempo y silencio la composición, caemos en que es ella quien maneja los hilos, con la boca cerrada, en silencio, nos cuenta una posible fábula.
Otra vez en silencio, el artista nos habla sobre tener un hijo, descender de hijo a padre, ser fruto de una tierra. Sobre un fondo que recuerda a los rompimientos de gloria del Barroco sevillano, León trata el tema de la paternidad, el título de la obra es bien claro en este sentido: De tal Palo tal Costilla, y con ello hace un guiño a obras maestras de uno de sus pintores faro, como es Goya y su Duelo a garrotazos o Saturno devorando a sus hijos.
Podríamos decir que Manuel León sigue peleándose con lo que más ama: la tradición de la Pintura, pues como dice la letra de una seguiriya: Esta noche ha llovío, mañana hay barro.
Como postre el pintor sevillano nos deja una tela de casi siete metros cuadrados, una Venus gigante, un Grand Tour que parte de Tiziano, pasa por Velázquez, revista la Modernidad de Goya, finalizando su periplo en la Olimpia de Manet para desvelarnos una una maja que intimida por sus dimensiones pero que invita con su mirada de nuevo a reflexionar en silencio. En esta obra titulada Hipóstasis vegetal, ¿quién es la protagonista del cuadro?, ¿las hojas de Costilla, la mujer o la propia pintura como gesto y expresión? El artista nos invita a mirar no sólo con los ojos y así, desde la pose del voyeur, buscar uno de los posibles sentidos a su narración que siempre queda abierta.