El trabajo de Ydáñez se centra especialmente en la condición humana, en las pasiones y pulsiones que nos mueven, sobre todo en los instintos de Eros y Thánatos, para lo que se sirve de referentes que van del autorretrato a la imaginería barroca pasando por el retrato antropológico y la utilización de fotografías tomadas por él o encontradas de manera casual. Se apropia de motivos que le atraen para hacer una relectura de nuestra cultura visual y sigue diferentes líneas de investigación que se complementan, con una idea subyacente: nuestra contingencia, la conciencia de finitud, pues tiene una relación cercana y directa con la muerte desde la infancia. Con el acto de pintar trata de detener el paso del tiempo, sus obras son como instantes capturados, que hablan de conceptos como memoria y nostalgia, la pérdida de la inocencia y la derrota de la civilización que a veces se asocia a la noción de paraíso perdido.
Otro de los grandes maestros reinterpretados en este proyecto es Goya, del que realiza su propia adaptación de Los fusilamientos del 3 de mayo, en este caso también de proporciones ligeramente más grandes que las de la obra original, una imagen que se ha quedado grabada en nuestra memoria por su expresividad; los soldados sin rostro en la pintura original han quedado aquí abocetados, volviéndose todavía más atemporales y universales. La personal versión de Ydáñez de La riña a garrotazos es un duelo protagonizado por vecinos de su pueblo natal, una lucha fratricida que nos habla del enfrentamiento entre posturas irreconciliables que está en el germen de los conflictos bélicos que han marcado el s. XX y de la violencia actual, y que le interesa desde el punto de vista socio - cultural más que histórico - político. El coloso al que hace referencia el título de la exposición alude igualmente a otra célebre pintura de Goya, por la monumentalidad de la escena, un cuadro de más de cinco metros, mientras que los garrotazos han dado paso a las caricias con las que quiere invertir esa imagen. Con estas tres obras que se encuentran en el Museo del Prado ha querido hacer un guiño a Madrid, ciudad a la que regresa tras la muestra en el Museo Lázaro Galdiano de 2016.
En la exposición destaca la presencia del retrato, que resulta monumental no sólo por el gran formato de muchas de las obras, sino también por la dignidad que les confiere a sus protagonistas, generalmente en pose frontal, a menudo en primerísimo primer plano, y por la profundidad de sus miradas e intensidad de sus expresiones. Considera el rostro como una síntesis poderosa del cuerpo entero, con pocos elementos puede crear un amplio registro de emociones primarias, sentimientos elementales como el dolor o la tristeza. Sus modelos acostumbran a ser personas de su entorno más inmediato, vecinos de Puente de Génave que aparecen de forma recurrente como José el Gitano, Tito, Gregorio, Julio, incluso la madre de Santiago. También retrata en grandes lienzos animales con los que ha convivido desde niño y a los que humaniza en su tratamiento, ya que mantiene un estrecho vínculo con la naturaleza.
Si bien el pintor entiende el rostro como un paisaje de emociones humanas, el paisaje puede transmitir sentimientos del mismo modo, remitiendo en este sentido al Romanticismo y a lo sublime. En el caso de Ydáñez son parajes conocidos, cercanos al pintor, vistas de la Sierra de Segura o de Sierra Nevada, que al mostrarse nevados evocan otras latitudes, poniendo en relación lo mediterráneo con lo centroeuropeo. Este vínculo que pone de relieve un espíritu que recorre Europa de norte a sur, con sus particularidades locales, pero con ecos en lugares y épocas distantes, se encuentra entre las preocupaciones que han marcado su discurso en la última década, a raíz de su establecimiento en Berlín y marcado por sus estancias en París y Roma.
Se mueve continuamente entre extremos, de la misma manera que declara su preferencia por las telas muy grandes se plantea como un reto la realización de pinturas muy pequeñas, algunas de ellas para incorporarlas a objetos encontrados. Al intervenir en ellos adquieren un aura artística que les hace poseedores a partir de ese momento de una nueva historia, se establece un diálogo entre el material preexistente y la imagen que lo acompaña totalmente fuera de contexto. Lo cotidiano se vuelve inquietantemente extraño, hasta insoportable, juega con lo siniestro y lo grotesco por su forma cruda de exponer los temas y por el expresionismo de su pincelada, que combina con una paleta de colores reducida.