En esta nueva propuesta, Sarabia continúa su reflexión sobre el viaje, pero en esta ocasión el tránsito está vinculado a una suerte de introspección, una pulsión que responde a la búsqueda de lo familiar, la calidez de lo cotidiano, a la importancia del paisaje y la re-conexión con la naturaleza, como una forma de resistencia frente al confinamiento, y a todo lo que la pandemia ha traído consigo. Como la flor está dedicada a la memoria y al afecto.
Las referencias autobiográficas son suprimidas o quedan veladas, el distanciamiento que adopta Sarabia permite una interpretación abierta al dejar un espacio para las percepciones y emociones del espectador. Son obras misteriosas, seductoras e impactantes, que vistas de lejos tienden a la abstracción y de cerca muestran una técnica fotorrealista, apostando así por la importancia del ejercicio pictórico. A pesar del borrado, se pueden intuir las imágenes cotidianas subyacentes capturadas por alguien al otro lado de una lente fotográfica, imágenes que resultan familiares y ajenas al mismo tiempo, reconocibles y oníricas, entretejiendo tiempos, realidades y ficciones.
Esta práctica parte de la digitalización de fotografías personales de amigos, familiares, reuniones y vacaciones, que son llevadas a grandes formatos como una manera de enfatizar el momento, el relato y el gesto. En estas últimas obras distinguimos escenas playeras de cielos despejados, palmeras, cactus y otras plantas, una silueta recortada al atardecer… Los retratos y paisajes que son o han sido parte de la vida del artista quedan interrumpidos por retazos de colores vibrantes, nubarrones, espirales y estallidos de un color pastoso y visceral, que a su vez llaman a la memoria un tiempo otro puesto que están vinculadas a otras obras. Las manchas que habitan cada imagen fueron la paleta de otro momento pictórico.