La tercera muestra individual en nuestro país de Francesco Clemente (Nápoles, 1952) supuso un proyecto muy personal en el que reunía un conjunto de cuarenta obras recientes dedicadas a su compañera y musa Alba. La exposición, con la que rendía homenaje a su mujer en el cuarenta aniversario de su boda, estaba compuesta por tres series distintas: pasteles sobre papel, una docena de óleos sobre lienzo de pequeño formato y una veintena de dibujos a tinta sobre papel. En los diferentes grupos de retratos muestra diversos aspectos de la misma persona, pues el artista considera que el ser es fragmentado, que está en constante cambio. En ellos se inspira en ensueños y sensaciones intuidas más que apariencias reales, puesto que fueron pintados de memoria.
Francesco Clemente conoció a Alba Primiceri a mediados de la década de los setenta tras regresar de su primer viaje a India, ambos coincidieron en Roma, donde él había dado sus primeros pasos como pintor y ella era una conocida actriz de teatro de vanguardia. Juntos pasaron largas temporadas en Chennai (antigua Madrás), donde él había establecido un estudio en el que ha trabajado desde entonces en colaboración con artesanos locales. Su deseo confeso de reconciliar la tradición cultural europea con la visión espiritual oriental le acompañó cuando se instaló con su familia en Nueva York en 1981.
En el contexto cultural neoyorquino de mediados de los 80 y principios de los 90, Clemente entra en contacto con escritores y creadores plásticos que enriquecen su visión artística, amistades que tienen su eco directo en la obra del italiano desde entonces. Para algunos de estos artistas, Alba se convierte en un icono de belleza y misterio, ambigüedad y sofisticación, como demuestran las fotografías de Robert Mapplethorpe, Andy Warhol, David Seidner o Bruce Weber, y las pinturas de Jean - Michel Basquiat, Julian Schnabel o Kenny Scharf. Alex Katz también ha retratado a la esposa de su amigo en distintas ocasiones, de Alba le interesa sobre todo su estilo, la elegancia en sus gestos.
Pero son sin duda los retratos de Francesco Clemente los que nos ofrecen un mayor interés para acercarnos a la personalidad de Alba, y por extensión a la del propio artista, quien ha declarado que cada artista se ve a sí mismo en su musa. Se ha autorretratado muchas veces junto a ella, fundiendo ambos rostros en una sola imagen. Uno de los más conocidos hasta la fecha quizá sea el retrato en el que la representó recostada con un vestido rojo y un brazalete indio y que sirvió de imagen para su exposición en el Guggenheim de Nueva York en 1999.
En gran parte de los retratos de esta exposición, Alba está tocada con sombreros que parecen pertenecer a antiguas, exóticas civilizaciones o religiones y también aparece fumando - el cigarrillo como elemento distintivo nos remite al poema Alba’s Roach de Vincent Katz, incluido en la publicación editada con motivo de este proyecto junto con un poema de Enrique Juncosa -; otras son representaciones dobles, reflejos disimiles como si fueran dos momentos o realidades diferentes de una misma identidad vista a través del espejo. En todas ellas, el artista se proyecta a sí mismo al tiempo que imagina o recuerda todas las capas, todas las Albas que construyen la compleja idea de su amada eterna.
En las cuatro últimas décadas, el trabajo de Francesco Clemente ha sido objeto de multitud de exposiciones a nivel internacional y su obra forma parte de las colecciones de arte contemporáneo más importantes del mundo. Entre los proyectos de ese momento destacamos Fiori d’inverno a New York (Santa Maria della Scala, Siena), en el que Alba colaboró en la elección de las flores que protagonizan cada una de las cinco pinturas del ciclo; Encampment en Carriageworks de Sídney y Dormiveglia en el NSU Art Museum de Fort Laurerdale.