El título escogido por Frost para la muestra, con sus múltiples significados, alude a una acumulación gestual de información sígnica, a una persistencia rítmica basada en contar, cantar y latir, que decodifica una percepción interna de una epifanía interactiva.
El lenguaje visual de Frost combina capas de formas blancas planas, similares a máscaras de una cultura indeterminada, con sinuosas siluetas de atrevidas y fluidas tipografías. Estos signos gráficos parecen bailar sobre vigorosos espectros de colores pictoricistas, configurando bustos de largos cuellos y repeticiones de rostros que se pronuncian como sus retratos intuitivos.
Más tarde, siendo ya adolescente, se mudó junto con su hermana menor y su madre, que le había criado en solitario, a Cooperstown en Nueva York durante unos dos años. En este período profundizó en su temprana fascinación por el béisbol y especialmente por la posición del lanzador y el gesto en forma de arabesco descrito por el bate al moverse. Salía a menudo a patinar con los amigos por la ciudad de Nueva York, donde tomó conciencia y creció su interés por el graffiti y la creación de trazos anónimos.
Sus primeros trabajos con tipografía fueron realizados dejando fuera el espacio negativo creado por las formas de las letras y utilizando el blanco para resaltar o generar patrones formales aleatorios como reacción frente al color. Los esquemas fluidos y serpenteantes de siluetas blancas que a menudo dominan sus obras más recientes derivan de una evolución progresiva en la reducción de palabras que a menudo forman una lengua sin sentido a modo de cántico tejido en torno a los distintos estratos de sus retratos.